Carlos
Fuentes Macías nació en Panamá en 1928. Por ser hijo de un diplomático,
vivió esporádicamente en muchas
capitales latinoamericanas. En México se graduó
en Derecho y en Ginebra, en Economía. Fue embajador de su país en
Francia y se desempeñó como docente en prestigiosas universidades americanas durante
la década del setenta, donde luego fue nombrado como Doctor honoris causa. Además era colaborador de revistas y
periódicos y escribió guiones de cine para adaptar libros como Pedro Páramo.
En 1977
recibió el Premio Rómulo Gallegos, en 1987, el Cervantes, en 1994, el Príncipe
de Asturias. También fue nombrado por la Academia Mexicana de la Lengua como
miembro honorario.
Falleció
en México en 2012. En honor a esta estrella del firmamento de artistas se creó
el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en el Idioma
Español.
Carlos
Fuentes es autor de novelas como: La
región más transparente (1959),
Las buenas conciencias (1959), La muerte de Artemio Cruz (1962),
Aura (1962), Zona Sagrada (1967), Cambio de piel (1967),
Cumpleaños (1969), Terranostra (1975), La cabeza de la hidra
(1978) Instinto de Inez (2001), Federico en su balcón (2012),
entre otras.
Entre sus
colecciones de cuentos resaltan: Los días enmascarados (1954), Cantar de ciegos (1964), Agua
quemada (1983), El Naranjo (1994), La frontera de cristal. Una novela en nueve
cuentos (1995), Carolina Grau (2010).
Escribió también ensayos, obras de teatro y
libretos de ópera.
El
tercer enunciado del epígrafe tomado de Jules Michelet, usado en Aura —novela clave dentro del boom latinoamericano— resume la novela de Carlos
Fuentes: Los dioses son como los hombres:
nacen y mueren sobre el pecho de una mujer. Así es como el personaje de Felipe Montero
nace y muere sobre el pecho de Aura y de Consuelo Llorente, cegado por la pasión
y víctima de la intriga que ha preparado la anciana moribunda, el joven asustado deja de ser Felipe Montero
para convertirse en el general Llorente, esposo de la misteriosa anciana de
ojos verdes.
Se
trata de dos mujeres que resultan ser diferentes caras de una misma moneda. Consuelo, la anciana enferma de más de cien años frente a Aura, la
joven que irradia belleza a través de sus ojos tan verdes e inmortales como los
de su tía. Consuelo, obsesionada con los rituales y con publicar las memorias
de su difunto esposo, Aura sumisa a la voluntad de la anciana que parece
manipularla. Montero percibe movimientos
similares en ambas mujeres pero solo puede sospechar que Aura no es libre y la intenta rescatar pero luego queda prisionero
como ella, en esa casa lúgubre que habla
de muerte y recuerdos de difuntos.
Cecilia
Eudave, escritora y ensayista mexicana, en un artículo titulado Simbolismo y ritualidad en Aura, plantea la existencia de elementos
simbólicos en esta novela. En primer lugar habla de la casa de la anciana que
representa un útero, en el cual ha sido
concebida mágicamente la bella Aura pero
también es un útero que recibe al joven Montero y lo mantiene alejado del
exterior, como se ejemplifica cuando Consuelo prohíbe la salida del historiador
a la calle ya que todo lo que necesita para trabajar lo encontrará en ese
edificio con rasgos de los castillos que describe Poe. El hecho de que Felipe llegue a esa casa tenebrosa
es representado con el verbo penetrar,
que alude simbólicamente el ingreso del órgano masculino en la cavidad oscura del cuerpo de la mujer, es decir a la casa habitada por esas damas
misteriosas.
Esa
casa también podría representar la figura de la madre, que recuerda más bien un
pasado feliz que Consuelo quiere preservar alejando la luz de la realidad de
sus viejas paredes. De este modo aunque no se trate de una estancia acogedora,
es un lugar seguro donde Felipe se instala como si conociera esas habitaciones,
como si fueran suyas la cama y la almohada donde duerme. Esta alusión nos hace pensar en el Edipo de
Freud, donde el niño ansía el seno simbólico y real de la madre, así pues
Felipe busca a esa madre en la figura de Aura, a quien jura amor eterno, pero
quien finalmente desaparece en el cuerpo mortecino de la anciana Consuelo.
El
nombre de Aura no deja de ser otro simbolismo que puede relacionarse con ese
espectro luminoso que proyecta un ser divino. En este caso la joven es la
proyección de Consuelo y la luz final que percibe el bebé cuando sale por la
vagina de la madre, de esta manera a través de Aura, a quien Montero se une en
un acto sexual presenciado por Consuelo, nace la reencarnación del general
Llorente.
Como
señala Cecilia Eudave, los animales en esta novela no han sido escogidos al
azar. Por ejemplo la aldaba en forma de perro —animal que en algunas
culturas vigila la entrada al mundo de los muertos— Saga, la coneja que alude a
la renovación y a la vitalidad; los gatos relacionados desde siempre con la
brujería y el chivo que descuartiza Aura en la cocina, hecho que asusta a
Felipe quien percibe peligro tal vez por pensarse a sí mismo como la víctima
que la anciana va a sacrificar.
Carlos
Fuentes, como escritor del boom
latinoamericano y como representante del realismo mágico nos ha dejado en Aura,
una novela que se reinventa constantemente —como el joven Felipe Montero— a
través de diferentes lecturas que proporcionan un entrelineado por descubrir.
Bibliografía
Eudave,
Cecilia. Simbolismo y ritualidad en la
novela Aura de Carlos Fuentes. 2001
Fuentes,
Carlos. Aura. Biblioteca Era, México 2001
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