―¿Viste al muerto?—me
preguntó mi hermano mayor al salir de la misa.
—Sí — le dije y caminé más rápido para adelantarme.
Al llegar a casa, corrí
hasta el baño y vomité.
El muerto era un hombre
de sesenta años aproximadamente. Un
cadáver largo y ancho en toda su extensión. Casi no le
quedaba cabello en la cabeza y estaba bien afeitado. Llevaba puesto un terno
negro y una corbata roja. En las fosas
nasales tenía algodón blanco, también en la boca y los orificios de las orejas.
Su semblante reflejaba preocupación.
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