lunes, 12 de agosto de 2013

CARTA PARA VOLVERNOS A VER: Gonzalo Rojas

Gonzalo Rojas Pizarro nació en la provincia de Lebu en 1916, fue uno de los mayores exponentes de la poesía chilena durante el pasado siglo. Este académico y galardonado poeta formó parte de la Generación de 1938, movimiento artístico y literario que retrató la decadencia social de Chile en aquella época. Mereció entre otros,  el Premio Nacional de Literatura y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana  en 1992, además se le otorgó el Premio Cervantes en 2003.  Gonzalo Rojas falleció en su país natal a los noventa y cuatro años. 
Su obra poética es extensa, pero el siguiente poema, que ha sido escogido casi al azar, será la excusa para esbozar un breve análisis.
Carta para volvernos a ver

Escrita en el mar, el 25-X-58, entre las 2 y las 5 de la mañana, a bordo del "Laennec", 
Navifrance, por la ruta del Atlántico norte. No publicada hasta la fecha.

Lo feo fue quererte, mi Fea, conociendo cuánta víbora
era tu sangre, lo monstruoso
fue oler amor debajo de tu olorcillo a hiena, y olvidar
que eras bestia, y no a besos sino a cruel mordedura
te hubiera, en pocos meses, lo vicioso y confuso
descuerado, y te hubiera en la mujer más bella ¡por Safo! convertido.

El título del poema nos indica desde el principio que el yo poético se dirige a un destinatario, en este caso a la mujer amada. El lugar de enunciación separa dos realidades: el cielo y el mar.
En esta estrofa encontramos la primera contradicción que se desarrollará luego a lo largo del poema: mi Fea-la mujer más bella.  El poeta asocia la fealdad con la maldad y la belleza con la virtud. Al principio figura de la mujer  se construye con imágenes de animales como la víbora y la hiena,  que sugieren la idea de la muerte.  Por otro lado, la mención de la poetisa Safo de Mitilene, nos recuerda el amor erótico que se desliza tras los primeros versos.  Entonces se sugiere una mujer fatal, sensual y sobretodo repulsiva.   

Porque, vistas las cosas desde el mar, en el frío de la noche oceánica
y encima de este barco de lujo, con mujeres francesas y espumosas,
y mucha danza, y todo, no hay ninguna
cuyo animal, oh Equívoca, tenga más desenfreno en su fulgor
antes de ti, después de ti.

Asocia  la figura de la mujer con elementos festivos como el baile y la bebida,  al mismo tiempo sigue con la primera contradicción y muestra que su amada, antes llamada víbora,  puede ser vista, bajo el velo del pasión, como un ser de luz: no hay ninguna cuyo animal, oh Equívoca, tenga más desenfreno en su fulgor antes de ti, después de ti.  La concepción de la mujer va cambiando y ese fulgor al que alude puede ser de doble significación, uno que relacionaría la idea de virtud y otra que refiere a la fuerza sexual que proyecta esta mujer.

No hay ojos verdes
que se parezcan tanto a la ignominia.
Ignominia es tu sangre, Burguesilla: lo turbio que te azota por dentro,
                remolino viscoso de miedo y de lujuria, corrupción
de todo lo materno que es la mujer. ¡Acuérdate, Malparida, de aquella pesadilla!
No hay trampa que te valga cuando tiritas y entras al gran baile del muro
donde se te aparecen de golpe los pedazos de la muerte.

Cuando relaciona ignominia y maternidad, retoma la anterior dicotomía, en primer lugar la vergüenza que ostenta el ser de ojos verdes, como consecuencia de la lujuria y corrupción, productos de la sexualidad natural de la que despoja a la mujer  que se sublima cuando deja de ser hembra para ser madre. El enunciador introduce ahora la idea del sexo con la muerte de la mujer casta que desaparece para dar lugar a la lasciva: No hay trampa que te valga cuando tiritas y entras al gran baile del muro donde se te aparecen de golpe los pedazos de la muerte.  Esta idea se refuerza cuando habla de la muerte metafórica que hace del cuerpo femenino un cadáver que produce niños muertos. En  esta estrofa aparece la idea de frustración del hombre que reclama descendencia cuando llama ramera a quien no pudo ser madre.

No te perdono, entiéndeme, porque no me perdono, porque el mar
-por hermoso que sea- no perdona al cadáver: lo rechaza y lo arroja 
                                                                                                             como inútil estiércol.
Muerta estás y aun entonces, cuando dormí contigo, dormí con una máquina
de parir muertos.
Nadie podrá lavar mi boca sino el áspero océano,
Mujer y No-mujer, de tu beso vicioso.
Lástima de hermosura. Si hoy te falta de madre justo lo que te sobra 
                         de ramera
y de sábana en sábana, desnuda, vas riendo
y sin embargo empiezas a llorar en lo oscuro cuando no te oye nadie,
es posible, es posible que descubras tu estrella por el viejo ejercicio
del amor, es posible que tanta espuma inútil
pierda su liviandad, se integre en la corriente, vuelva al coro del Ritmo.

En la siguiente  estrofa el Ritmo, lo armonioso y equilibrado, es asociado con el océano que sugiere mejor la idea de sexualidad, flujo y desplazamiento que tal vez justifique el enfrentar el cielo y el mar, y no el cielo y la tierra, ya que el movimiento constante de las olas representa con mayor precisión el movimiento de los cuerpos antes de la cópula y deslinda la idea de quietud que se relaciona lo terrestre.

Tal vez el largo oleaje de esta carta te aburra, todo este aire solemne,
pero el Ritmo ha de ser océano profundo
que al hombre y la mujer amarra y desamarra
nadie sabe por qué y, es curioso, yo mismo
no sé por qué te escribo con esta mano, y toco
tu rara desnudez terrible todavía.

No hablemos ya de mayo ni de junio, ni hablemos
del gran mes, mi Amorosa, que construyó en diamante tu figura
de amada y sobreamada, por encima del cielo, en el volcán
de aquel Chillán de Chile que vivimos los dos, y eternizamos,
silenciosos, seguros de ser uno en el vuelo.

Es curioso el cambio del nombre de la mujer  que pasa a ser  Amorosa, antes Ignominiosa, antes Equívoca, es decir a medida que el yo poético encuentra y disfruta la fuerza sexual del ser a quien antes llamó bestia y luego  denomina sobreamada, con esto se puede inferir que la mujer sufre una transformación para el amante, pues aunque no puede ya purificarse por su condición de no mujer madre, es la sensualidad la que dota de belleza a un ser antes horrible.  El volcán nuevamente refuerza la idea de asociar elementos de la naturaleza con la libido.

No. Bajemos de ahí, mi Sangrienta, y entremos al agosto mortuorio:
crucemos los horribles pasadizos
de tus vacilaciones, volvamos al teléfono
que aún estará sonando. Volemos en aviones a salvar
los restos de Algo, de Alguien que va a morir, mi Dios, descuartizado.

En estos versos se redunda en la separación de las dos realidades lo de arriba y lo de abajo, el enunciador  atrae a la amada, que está abajo, al lugar del amante, es decir a lo elevado. También esta mujer es llamada Sangrienta a propósito de la siguiente estrofa donde se nota el reclamo del hombre tanto a la mujer —que perdió o quiso perder al fruto de su vientre— como a Dios por haberlo permitido, así  ejemplifica que el ser humano busca hacer responsable a Dios por sus propias faltas.

Digamos bien las cosas. No es justo que metamos a ningún Dios en esto.
Cínicos y quirúrgicos, los dos, los dos mentimos.
Tú, la más Partidaria de la Verdad, negaste la vida hasta sangrar
contra la Especie (¿Es mucho cinco mil cuatrocientas criaturas por hora...?)
Los dos, los dos cortamos las primeras, las finas
raíces sigilosas del que quiso venir
a vemos, y a besamos, y a juntamos en uno.

En estos versos el amante se señala cómplice de la muerte de los hijos a quienes la amada negó la vida hasta sangrar.

Miro el abismo al fondo de este espejo quebrado, me adelanto a lo efímero
de tus días rientes y otra vez no eres nada
sino un color difícil de mujer vuelta al polvo
de la vejez. Adiós. Hueca irás. Vivirás
de lo que fuiste un día quemada por el rayo del vidente.
Mortal contradictorio: cierro esta carta aquí,
este jueves atlántico, sin Júpiter ni estrella.
No estás. No estoy. No estamos. Somos, y nada más.
Y océano,
              y océano,
                           y únicamente océano.

En la despedida  de la carta, el enunciador condena a su amada y pronostica la soledad para esa mujer que se negó a ser madre.

La figura femenina en este poema de Gonzalo Rojas se construye desde varias perspectivas: la primera es la belleza, luego está la pureza  y finalmente la maternidad. En este caso la amada  carece de las tres virtudes y el poeta reniega de la condición de esta mujer, le reclama la fealdad de su cuerpo,  de su espíritu y la acusa de infértil. 

Así el poeta chileno  ofrece en este poema una demostración de cómo el cuerpo de la mujer se convierte en un objeto para el hombre,  quien al no  obtener de este ninguna satisfacción, lo desechará  despojándolo de su valor.  Este poema resulta un llamado de atención para reflexionar acerca de la materialización del cuerpo ya que esta concepción cada vez está más arraigada en los medios de comunicación y por lo tanto en la sociedad que continúa en un lamentable e irrefrenable proceso de deshumanización. 

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