Al recorrer las calles céntricas de nuestra ciudad no será
difícil toparnos con un invidente y en general la primera reacción que tendremos
al verlo acercarse a nosotros será la de apartarnos sigilosamente y dejarle el
paso libre; para no involucrarnos demasiado incluso dejaremos que avance un
poco antes de continuar nuestro camino sintiéndonos afortunados de no estar en
sus zapatos. Por otro lado, si nos cruzamos con un incapacitado visual en
alguna esquina lo primero que solemos hacer es esperar que alguien más se
ofrezca a ayudarle a cruzar la pista y si para mala suerte nadie más se ha
percatado de la situación, alguna voz de nuestra conciencia que apela a la
empatía, a la solidaridad con el menos favorecido, nos invitará a guiarlo
amablemente hasta el otro extremo de la calle.
Sucede por el contrario algo
conmovedor después del horario de misas en la Iglesia de la Compañía. Si uno
pasa por ahí y presta atención, verá como un grupo regular de niños y adolescentes
ciegos son conducidos de regreso a casa por una religiosa. El hecho de que se trate de niños invidentes —sobre todo si parecen no tener más de diez años— caminando muy lentamente en fila,
casi sin separar los pies del suelo y confiando en la dirección del guía parece emocionar a más de un peatón que
retrasa su marcha para observar que a
pesar de que tropiezan, caen y se levantan, los pequeños no lloran y los más
grandes conservan el buen humor.
No será extraño ver que alguna
señora, un joven estudiante o un
ciudadano cualquiera que uniéndose a la causa tome de la mano a uno de esos
niños ciegos y se ofrezca a caminar con él hasta su destino: el Centro
Educativo Especial para ciegos “Nuestra Señora del Pilar”, ubicado en la Av. Zamácola Nº 120, una institución pública que brinda educación inicial y
primaria además de los servicios de estimulación temprana, biblioteca e
imprenta braille y asesoramiento para la
integración social de sus alumnos.
Sin aplaudir exageradamente
este gesto, un ejemplo así deberá motivar a pensarlo dos veces antes de
fingir indiferencia ante la realidad del discapacitado que si bien no reclama
atención, requiere en ocasiones cierto interés por parte de sus colegas de la
raza humana.
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