jueves, 1 de noviembre de 2012

DEBEMOS AMAR A NUESTROS ENEMIGOS



Amar a nuestros enemigos es una contradicción muy seria. De hecho hasta resulta difícil imaginarlo, ya que estamos acostumbrados a amar solamente a quienes nos aman. Amar a quien nos odia o a quien odiamos es cuestionable de muchas maneras. Entonces amar al enemigo, resulta complicado, una mejor alternativa es no odiarlo.
 No es lógico amar al enemigo, pero así lo manda Cristo, y qué difícil nos resulta a todos. ¿Tiene algún sentido amar al enemigo? ¿Por qué amar a nuestros enemigos? Mejor dicho ¿por qué no odiarlos como el resto de la gente?
Muchas respuestas se resuelven ante tales interrogantes, todas se resumen así: el odio genera más odio, es una fuerza  generadora de mal. Sin embargo esa no es la única razón para no odiar.
El odio hace pensar demasiado en el enemigo,  pensar  de manera enfermiza, pensar, pensar a cada momento en esa persona, maquinando mil maneras de causarle daño, retroalimentando el mismo sentimiento, acrecentándolo,  exagerando, haciendo latir con furia el propio corazón, atormentando la mente con más de lo mismo una y otra vez, no hallando la mejor manera de derrotar al contrario, hasta llorar de impotencia.   Pensando, pensando en él, ella, ellos.  Dándole al enemigo no solo demasiada importancia, sino otorgándole  también un apartado  en nuestra vida. Un espacio en nuestra mente. Un lugar privilegiado. 
Eso no es todo, el odiar al enemigo rompe toda armonía con  el ser interior. El odio  quita paz, y  la paz es lo último que nos queda si lo hemos perdido todo. La ausencia de paz, causa muerte, una muerte interior irreparable, generada solo por haber odiado.
Debemos no odiar porque  el odio nos vincula  estrechamente con el enemigo, nos  arrastra a una corriente de pensamientos que ocupan espacio en nuestra mente, pero sobretodo no debemos odiar porque perdemos paz. Ante esto, nos queda solo amarlo, amarlo como no es posible, debemos procurarle el bien a sus expensas, defenderlo si lo atacan otros, procurar un trato de amistad y hermandad además de desearle sinceramente la felicidad que buscamos para nosotros mismos. Esto además de ennoblecernos,  le agrada al Señor, pues fue Él quien amó a quienes lo clavaron en  la Cruz, y así lo mandó para que nosotros, aspirando a ser santos, lo hiciéramos en obediencia puesto que en el otro, encontraremos a Cristo y así, amando al enemigo, amamos a Dios. 


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