Amar
a nuestros enemigos es una contradicción muy seria. De hecho hasta resulta
difícil imaginarlo, ya que estamos acostumbrados a amar solamente a quienes nos
aman. Amar a quien nos odia o a quien odiamos es cuestionable de muchas
maneras. Entonces amar al enemigo, resulta complicado, una mejor alternativa es
no odiarlo.
No es lógico amar al enemigo, pero así lo
manda Cristo, y qué difícil nos resulta a todos. ¿Tiene algún sentido amar al
enemigo? ¿Por qué amar a nuestros enemigos? Mejor dicho ¿por qué no odiarlos
como el resto de la gente?
Muchas
respuestas se resuelven ante tales interrogantes, todas se resumen así: el odio
genera más odio, es una fuerza
generadora de mal. Sin embargo esa no es la única razón para no odiar.
El
odio hace pensar demasiado en el enemigo,
pensar de manera enfermiza,
pensar, pensar a cada momento en esa persona, maquinando mil maneras de
causarle daño, retroalimentando el mismo sentimiento, acrecentándolo, exagerando, haciendo latir con furia el
propio corazón, atormentando la mente con más de lo mismo una y otra vez, no
hallando la mejor manera de derrotar al contrario, hasta llorar de impotencia. Pensando,
pensando en él, ella, ellos. Dándole al
enemigo no solo demasiada importancia, sino otorgándole también un apartado en nuestra vida. Un espacio en nuestra mente.
Un lugar privilegiado.
Eso
no es todo, el odiar al enemigo rompe toda armonía con el ser interior. El odio quita paz, y
la paz es lo último que nos queda si lo hemos perdido todo. La ausencia de
paz, causa muerte, una muerte interior irreparable, generada solo por haber
odiado.
Debemos
no odiar porque el odio nos vincula estrechamente con el enemigo, nos arrastra a una corriente de pensamientos que
ocupan espacio en nuestra mente, pero sobretodo no debemos odiar porque
perdemos paz. Ante esto, nos queda solo amarlo, amarlo como no es posible,
debemos procurarle el bien a sus expensas, defenderlo si lo atacan otros, procurar
un trato de amistad y hermandad además de desearle sinceramente la felicidad
que buscamos para nosotros mismos. Esto además de ennoblecernos, le agrada al Señor, pues fue Él quien amó a
quienes lo clavaron en la Cruz, y así lo
mandó para que nosotros, aspirando a ser santos, lo hiciéramos en obediencia
puesto que en el otro, encontraremos a Cristo y así, amando al enemigo, amamos
a Dios.
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